La entronización del 45º presidente estadounidense Donald Trump el 20 de enero próximo marca indeleblemente este comienzo de 2017 tanto en Estados Unidos como en el mundo.  

De acuerdo a Francis Fukujama en la prestigiosa revista Foreign Affairs, la victoria de Trump mostró que la democracia estadounidense funcionaría porque consiguió movilizar los abandonados y no representados  blancos trabajadores de los estados  del Rust Belt para ganar. El problema es que al momento de asumir la presidencia Trump no tendría un plan ni para reducir les desigualdades causadas por la globalización y las nuevas tecnologías ni tampoco para controlar un sistema político muy bien estructurado como el estadounidense.

Creemos sin embargo que al igual que cuando ganó Barack Obama en 2008, las limitaciones a la presidencia estadounidense dificultaran los planes del presidente Trump.

Perspectivas complejas para 2017

Wall Street ya reconoció que el gobierno de Donald Trump será bueno para los negocios porque se ve desde ya que se trata de un gobierno oligárquico compuesto de banqueros, ex generales y millonarios que gobernará para los ricos aunque haya ganado la elección mostrando preocupación los sectores más afectados por la globalización.

Para muchos la llegada de un personaje como Donald Trump a la presidencia del imperio que dominó la segunda mitad del siglo XX confirma la declinación de Estados Unidos en el mundo. Un gobierno cargado de nostalgia por las grandezas pasadas de Estados Unidos.

Su presidencia puede postergar la lucha contra el cambio climático repudiando el Acuerdo de Paris, con desastrosas consecuencias para la humanidad. Su plan de restablecer y desarrollar la explotación de energías fósiles, petroleras, del carbón y tradicionales puede postergar durante su mandato el combate contra el cambio climático.

El gobierno Trump promete evitar la declinación del imperio estadounidense y promete Make America Great Again rearticulando la globalización neoliberal para que ella favorezca la política interna de Estados Unidos. 

Ese enfoque y sobre todo el estilo de Donald Trump conllevan a un crecimiento de las tensiones internacionales y el desarrollo de pugnas por zonas de influencia en un mundo cuya tendencia de fondo es multipolar. Promete tensiones con China, en el conflicto Israel Palestina, contra Irán. Con sus aliados europeos a quienes pide que resuelvan solos sus conflictos. Hacia América latina, por su postura antiinmigrante contra México y Centro América, por sus promesas de mano dura contra Cuba y Venezuela. Lo mejor que se puede esperar es que se olvide de América latina.

El  discurso de carácter fascistizante que emplea Donald Trump puede favorecer  las corrientes populistas conservadoras en varias regiones del mundo. Tendencias marcadas por la paradoja discursiva de un gobierno oligárquico que se apoya en los sectores más afectados por las políticas de esa misma oligarquía.

El gobierno Trump se caracterizará por las declaraciones intempestivas y erráticas. Trump es imprevisible tanto por su estilo como por la posibilidad de repetir las mismas trumpadas que expresó en la campaña electoral y que confirman la declinación de Estados Unidos en el siglo XXI. Pero es peligroso, por la posibilidad de uso desmedido de la fuerza que conserva Estados Unidos.

¡Dime con quién andas!

El primer aspecto esencial a despejar es que el gobierno de Trump, es el de la elite oligárquica estadounidense Aunque se le trate de presentarse como contrario a la élite política que gobierna Estados Unidos la composición de su gabinete, con banqueros y millonario indica que gobernarán para los más ricos. El gabinete de Donald Trump refleja la corriente más conservadora del partido republicano. También la composición del gabinete con ex generales revela el intento de restablecer unilateralmente el poderío estadounidense en un mundo cada vez más multipolar. La composición del gabinete casi exclusivamente de hombres blancos, wasp  revela una agenda de conservadurismo social con ribetes misóginos. ¡Welcome a los años Reagan fórmula del siglo XXI!

Lo más aparente de su programa de gobierno, la más polémica de sus promesas es de terminar la construcción del muro iniciada por Bill Clinton con México, para impedir la llegada de las hordas de inmigrantes latinoamericano. Una estrategia basada en el temor del otro que se completa con la promesa de expulsar los inmigrantes ilegales y cerrarle las puertas a los inmigrantes de países islámicos. Una cuestión que se acompaña de toda una agenda de conservadurismo social basada en sus declaraciones misóginas y racistas cuyos contornos son difusos.

A pesar de lo que se diga, el programa económico interno e internacional de Donald Trump es previsible: se inscriba en la defensa y promoción de los intereses de la oligarquía estadounidense. El ejemplo más claro de ello, según los observadores fue que la bolsa estadounidense ha tenido el mejor desempeño en varios años, confiada de que Trump mejorará las condiciones de negocios en Estados Unidos.

Entre otros, Fortune, anuncia que Trump va a eliminar la reforma del sistema de salud Obamacare para mostrar simbólicamente que esta contra el intervencionismo estatal hasta en el sector de la salud.

Eliminará las tímidas regulaciones del sector financiero establecidas por el gobierno de Barack Obama para evitar la repetición de la crisis especulativa de 2008, (el Consumer Financial Protection Bureau) terminando la guerra de Washington contra Wall Street, según los conservadores. 

Por si alguien dudara de la agenda neoliberal de Trump, el promete reducir el impuesto de las corporaciones a 15%. Una bandera que algunos esperan que no pueda conseguir porque aumentará aún más las desigualdades actuales en Estados Unidos.

No debe olvidarse que plantea medidas de otra época, como el plan de crear empleos con la construcción de infraestructuras por trillones de dólares, que beneficiará el sector privado. Su propuesta de los primeros 100 días es favorecer inmediatamente las industrias tradicionales de producción de acero, de automóviles, de petróleo y la criticada tecnología de producción de carbón limpio. Una estrategia que hace oídas sordas del nuevo escenario creado por la amenaza del cambio climático.  La estrategia económica tradicional propuesta se inscribe en la opinión de los escépticos del cambio climático, entre los que se cuenta el ministro de la energía. Trump promete retirar Estados Unidos del Acuerdo de Paris adoptado en diciembre de 2014 y que ya entró en vigor en diciembre de 2016.

La presidencia Trump, ve el mundo como una extensión de los intereses de Estados Unidos: retorna a la concepción imperial estadounidense. El encargado de la política exterior es Rex W. Tillerson, un magnate del petróleo y tiene por mandato fortalecer unilateralmente los intereses de Estados Unidos en el mundo. No se trata de romper con la globalización neoliberal, se trata de ponerla al servicio de los intereses estadounidenses. Promete que el 20 de enero repudiará el acuerdo transpacífico (TPP), no porque sus medidas sirven las transnacionales, sino porque no favorece los intereses económicos estadounidenses al favorecer la deslocalización de empresas y hacer perder impuestos (que el mismo se vanagloria de no haber pagado). Se propone revisar el acuerdo de libre de comercio de América del Norte, que califica como el peor que haya firmado Estados Unidos. Pero esa política proteccionista no significa terminar con el libre comercio. Se trata de favorecer el libre comercio que beneficie a Estados Unidos. Por ello propone la estrategia de acuerdos bilaterales que favorezcan principalmente la economía estadounidense.

La llegada a la presidencia del republicano Donald Trump, es una evidente ruptura con la globalización neoliberal, en la que nadie cree, empezando por Christine Lagarde del Fondo Monetario Internacional.

Puede tener éxito a corto plazo, como es el interés de las empresas transnacionales. Ford reaccionó positivamente a la amenaza de cobrarle impuestos si trasladaba la construcción de un nuevo modelo a México, esgrimida por Trump. Pero, está claro que las compañías exigirán apoyo especial. Además muchos analistas estiman que los mayores efectos negativos no provienen tanto la deslocalización de la producción sino que los altos niveles de automatización, provocados por la lógica neoliberal de reducción constante de costos de mano de obra. El ejemplo más alucinante es el de querer eliminar a mediano plazo todos los salarios de los choferes mediante los vehículos autónomos.

El partido demócrata y los detractores internos de Donald Trump, esperan que el equilibrio de poderes  tradicional de check and balances tanto con el congreso como con el sistema judicial y los diferentes niveles de gobierno puedan limitar la capacidad ejecutiva y el margen de maniobra de la presidencia.

¿Un gobierno conservador posverdad?

El aspecto más novedoso de la entronización de Donald Trump es su estilo prepotente y sus mentiras desembozadas. Un estilo que se ha elevado a la categoría de una nueva era de la política.

Algunos plantean que se ha entrado en la era de la posverdad porque no se explican que los electores hayan creído las mentiras que contó Donald Trump. Efectivamente, el New York Times señala que se ha probado que el 70% de los hechos argumentados por Trump durante la campaña electoral eran falsos.

Creo que es exagerado pensar que hayamos entrado en una nueva era posverdad. Es una simplificación plantear que quienes votaron por el Brexit, por Trump o en contra del plebiscitó sobre el acuerdo entre las FARC y el gobierno colombiano como se argumenta, representen un fenómeno nuevo. Cada uno de aquellos votos se explica por razones propias y especificas. Aunque en todos los casos se trata de victorias de políticas conservadoras derechistas, debe reconocerse que el Brexit se debe principalmente a la crisis de la Unión Europea; la victoria de Trump a las consecuencias de la crisis de 2008 y el predominio de la alternancia en el poder; la derrota del referendo colombiano a las características excluyentes del sistema político de ese país. En todos los casos se ven las dificultades y agotamiento de las propuestas centristas.

En todos los casos, tiene que ver con la construcción de los imaginarios políticos y la crisis de legitimidad de las democracias frente al aumento de las desigualdades sociales provocadas por la globalización neoliberal. Antes que una era posverdad, se trata del avance de las posiciones conservadoras.

Ello no evita el destacar nuevos instrumentos en la construcción de lo que el barbudo renano consideraba como construcción falsa de la realidad en la superestructura de las sociedades. En esa medida, recordar el efecto de los logaritmos usados por los nuevos medios sociales de comunicación que favorece la circulación de opiniones antes que de hechos. Logaritmos diseñados con las perspectivas de consumo estrechas para favorecer los planes de negocio de los google, facebook, tweeter y otros.

Más allá de ello, debe recordarse que la literatura muestra, desde Spinoza hasta Foucault y Bourdieu  pasando por Jean-Pierre Faye, que hay tal novedad en destacar la distancia entre el discurso público y la verdad o los hechos: ellos no son sinónimos.

El siglo XX está lleno de ejemplos que muestran que una idea falsa puede aparecer como verdadera dependiendo de sus condiciones de producción y de circulación en el discurso público. Baste recordar un último ejemplo, como el esgrimido por la derecha brasileña para destituir a Dilma Roussef, calificando de corrupción el que no usara las cifras del erario publico, siendo que es lo que hacen los otros gobiernos en otros países del mundo y ocultando que la verdad es que los ladrones iban tras el juez.

En el caso de la victoria de Trump y su construcción como líder antielite, se impone una crítica al periodismo estadounidense que cubrió abundantemente los exabruptos de Trump para vender más periódicos y tiempo de antena. Pero no debe olvidarse al analizarse la victoria (sin voto popular) que esta vez, como en 2000 cuando fue derrotado Al Gore,  la alternancia en el poder favorecía naturalmente a los republicanos en la elección presidencial, aunque esta vez fuera Donald Trump.

Eso no evita considerar un factor importante de preocupación que el estilo Trump sea impulsivo y errático.

Ya se ha visto que no ha respetado la regla no escrita de la reserva que debe tener el presidente electo hasta su entronización el próximo 20 de enero. Desde ya actúa como si fuese el presidente, pese a que no puede haber dos presidentes de Estados Unidos como dice Obama. Pero ello no tiene nada que ver con una pretendida era posverdad.

¿Una política internacional peligrosa?

El presidente electo Donald Trump aparece como un personaje previsible tanto en la defensa  de la oligarquía estadounidense como en política interior. Sin embargo, la situación es diferente en política exterior. Porque son menores las limitaciones al poder ejecutivo el estilo Trump es peligroso para la estabilidad mundial.

Se trata del presidente con menor experiencia en política internacional.

Muchos analistas temen que Donald Trump desmantele la que consideran una herencia positiva de los dos gobiernos de Barack Obama, quién habría recentrado la política exterior estadounidense en los desafíos fundamentales de Washington y entrega una presidencia sin graves problemas como la que recibió.

Según sus partidarios, Obama tuvo éxito porque redujo el perfil del conflicto de civilizaciones con el islamismo radical incluido con el Estado Islámico como algo que no afecta la esencia de Estados Unidos, prefiriendo una combinación de ataques puntuales y asesinatos con drones y acciones de una coalición más amplia, deteniendo la escalada que llevaba al empantanamiento estadounidense en la región (redujo la presencia en Afganistán) retiro parcial en Siria uqe permitió un rol más activo de Rusia . Planteó Consiguió un acuerdo de limitación del poderío militar de Irán que redujo las tensiones en la región. Dio más importancia estratégica a Asia y allí buscó una contención del emergente enemigo chino en terreno económico sin buscar aumentar las tensiones militares. También consiguió restablecer un modus vivendi con América latina gracias al reconocimiento diplomático de la revolución cubana por parte del ejecutivo, sin esperar al congreso. Con el fortalecimiento de acciones multilaterales con la Unión Europea en el Medio Oriente. Con el desarrollo de una política propia en África.

En todos los casos, el pragmatismo en política exterior de la administración de Barack Obama reflejaba el reconocimiento de los limites de la potencia estadounidense en el siglo XXI.

Todo indica que la política exterior de Donald Trump que persigue Make America Great Again es la gran incógnita  y su estilo imprevisible puede ser peligroso en un mundo de gran complejidad. Algunas declaraciones de Trump y de sus asesores presentan un abanico de posibles conflictos de fondo y de estilo.

Por un lado Trump plantea abiertamente un acercamiento con Rusia a pesar que las recientes declaraciones de los jefes de la inteligencia estadounidense de la incidencia de Putin en el escándalo de los correos de Hilary Clinton hacen más difícil. En su visión, Rusia puede ser un aliado en contrarrestar el enemigo Chino que es el mayor peligro para la seguridad de Estados Unidos en el mundo.

Por otro lado en un conflicto tan complejo como entre Israel y Palestina, se plantea en abierto apoyo al gobierno ultraderechista de Benjamín Netanyahu en Israel y a la instalación de colonos en los territorios palestinos. Criticó abiertamente la abstención estadounidense frente a la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que condenó el establecimiento de colonias israelíes en territorio palestino ocupado y rescate la tesis de los dos Estados como única salida diplomática a la crisis israelo-palestina.

También está claro que se vuelve a los años republicanos de crítica de la Organización de las naciones Unidas, como lo hiciera Ronald Reagan en los años 80 cuando casi destruyo UNESCO. Es el retorno de la política unilateral de defensa de los intereses de Washington del siglo XX.

En relación a China, percibido como el enemigo principal, plantea una política de fuerte oposición, a diferencia de Obama que usaba pragmáticamente el TPP. Trump quiere usar el antagonismo bilateral militar. Una política no exenta de errores diplomáticos y provocaciones como fue la conversación con la presidenta de Taywan Tsai Ing-Wen en diciembre. Trump rompió con la política exterior definida por el republicano Richard Nixon en los años 70.

En Asia Trump aparece también apoyando abiertamente el fantoche presidente Filipino Rodrigo Duterte y su sangrienta cruzada contra el narcotráfico que ha significado la muerte de miles de inocentes. Un presidente que se permitió apostrofar el presidente Barack Obama pero que es admirador de Trump. No es por nada que los observadores internacionales consideran que el prestigio internacional de Washington y la idea que el sistema político estadounidense es un modelo de democracia para los países en desarrollo perdió muchas plumas.

La política de Trump con China de acuerdo a sus asesores debe ser de obtener la paz actuando fuerte. Ellos estiman que los excedentes de exportaciones chinas hacia Estados Unidos permitieron que China construyera un complejo militar industrial que hoy amenaza Estados Unidos y le permitieron transformarse en gran potencia mundial. También critican que Estados Unidos aceptara China en la Organización Mundial de Comercio. Trump plantea una política militar agresiva para controlar el poderío chino en la región y mostrar que Estados Unidos defenderá sus aliados, incluido Taiwán que es un ejemplo de democracia frente a China.

¿Se enfermerá Canadá?

El dicho popular en Canadá postula que cuando la economía estadounidense tose, Canadá se enferma de gripe. Las contradicciones entre Donald Trump y el primer ministro canadiense Justin Trudeau serán muy importantes y requerirán esfuerzos diplomáticos particulares. Ello explica el cambio de gabinete del gobierno ministerial canadiense.

Lo que se viene no es nada semejante a los buenos lazos con el saliente presidente Barack Obama. Nada semejante a la relación entre el conservador Brian Mulroney y Ronald Reagan en los años ochenta.

Ciertamente la ignorancia de Trump sobre Canadá refleja su poco interés por el país al norte de su frontera cuando planteó en su Tweeter que Estados Unidos nunca debió darle la independencia a Canadá. O la otra Trumpada calificando al primer ministro Justin Trudeau como el peor presidente siendo que en Canadá hay primer ministro.

El gobierno Trudeau necesitará una gran dosis de pragmatismo para que Canadá no se vea afectada por la presidencia de Donald Trump que ya ha criticado, entre otras cosas, el sistema de salud canadiense calificándolo de catastrófico y acusándolo de servirle de inspiración al Obamacare que ya prometió eliminar en Estados Unidos.

Sin embargo se considera que las consecuencias en materia económica no serán catastróficas por el alto nivel de integración de las dos economías. Trudeau es un partidario abierto de la globalización y de los acuerdos de libre comercio como el Transpacífico, ya firmado por Canadá… que Trump también se propone eliminar en el primer día de su presidencia. Trump también ha planteado que se debe renegociar el Acuerdo de libre comercio de América del Norte, pero su principal blanco es México, no Canadá.

El proteccionismo de Trump no plantea, en ninguno de los dos casos, terminar con una política de comercio exterior y la autarcía económica. Se trata más bien Make America Great Again con acuerdos bilaterales que sean más favorables a Estados Unidos.

Todo indica sin embargo que con el nivel actual de imbricación de las economías de Estados Unidos y Canadá, cuyo comercio cotidiano es de 2,4 mil millones de dólares será difícil terminar esa relación privilegiada. Una integración que va más allá de lo económico porque incluye los sistemas de seguridad en América del Norte. Por ello, las medidas proteccionistas de Trump serán parte de una negociación y se tratará más bien de hacer ajustes antes que cambios substanciales.  No está claro sin embargo en que quedaran las amenazas de Donald Trump de aplicar impuestos a los movimientos de piezas de la industria automotriz basada en Canadá y que transita como comercio intrafirma entre los dos países.

Otro aspecto fundamental de diferencia política se refiere a la lucha contra el cambio climático. La política de Donald Trump persiguen favorecer la explotación de energías fósiles como el petróleo y el carbón, reducir la reglamentación de grava las empresas contaminantes y retirar estados Unidos del Acuerdo de parís de lucha contra el cambio climático. Esa postura estadounidense puede afectar decididamente los planes de transformación energética del gobierno canadiense y el plan acordado con las provincias en torno a la bolsa del carbono.

Para otros la ruptura que plantea el gobierno Trump puede ser la oportunidad de diversificar los mercados de la economía canadiense y posicionarla como un líder de primer plano en la transformación energética, la nueva economía con tecnologías no contaminantes del siglo XXI.

Se estima que de todos modos, a la larga, el gobierno estadounidense deberá adoptar esa estrategia económica innovadora, bajo Trump o bajo otro presidente futuro. Ciertamente Trump va a aprobar el controvertido proyecto de oleoducto de Keystone XL que fue vetado por Barack Obama con lo que aumentará a corto plazo la explotación de petróleo de las arenas bituminosas de Alberta y retardará los planes de combate al cambio climático.

No todo aparece negativo según los observadores. El ambicioso plan de infraestructuras de Trump coincide con el de Trudeau, quien también plantea crear empleos y estimular la economía con mejoramientos en la infraestructura del país. Ello puede abrir oportunidades para empresas canadienses ya instaladas en Estados Unidos.

Sin embargo, el impacto de la presidencia de Donald Trump es más general, es un fenómeno de una América del Norte que comparte elementos políticos y culturales comunes. Producto de la proximidad de los dos países, ya se ve una influencia en la política canadiense: en Quebec el líder caquista François Légault imita el estilo Trump. Por otro lado hay influencia  del estilo Trump en la carrera al remplazo de Stephen Harper en el partido conservador y algunos de esos candidatos se reclaman de su estilo y posiciones. La tendencia populista de derecha ya está presente.

Además, pese a que las encuestas muestran que Trump es muy impopular en el electorado canadiense que le ve como una amenaza antes que como una figura que deba imitarse, algunos aspectos de su retórica pueden fortalecer sectores que hoy son marginales.

¿El regreso del garrote en América Latina?

Respecto de la política del nuevo presidente estadounidense Donald Trump hacia América latina, lo primero que surge al tapete es su promesa de construir un muro para impedir la entrada de inmigrantes latinoamericanos ilegales a Estados Unidos y expulsar los millones de inmigrantes indocumentados en Estados Unidos.

En respuesta a esa política ya hay todo un movimiento para que el saliente presidente Barack Obama, antes que se vaya el 20 de enero,  haga uso de su poder ejecutivo discrecional para indultar los inmigrantes sin papeles, evitando que quienes creyeron las promesas de reconocimiento y fueron fichados, no puedan ser expulsados masivamente por la nueva administración en sus primeros cien días.

Aunque Donald Trump se inscribe resueltamente en la extrema derecha conservadora estadounidense, no parece privilegiar los lazos con los principales aliados estadounidenses como ocurre con la administración del derechista presidente de México  Enrique Peña Nieto quien es el que más sufriría de la presidencia Trump. Un desastre para México de acuerdo al antiguo ministro de relaciones exteriores de México Jorge Castañeda.

Ya lo muestra la caída del precio del peso frente al dólar en México. Una crisis económica a la que se agregará una crisis social y de aumento de la violencia  si se realiza el cierre de fronteras y el retorno forzado de miles de inmigrantes sin papeles mexicanos y de otros países centroamericanos desde Estados Unidos. Fuera de millones de mexicanos, hay un millón de salvadoreños y 1.5. Millones de guatemaltecos en Estados Unidos. Muchos de ellos sin papeles. Su deportación a sus países de origen será catastrófica para los países centroamericanos no sólo porque no se recibirán las remesas de los inmigrantes sino porque el retorno no se acompaña de un apoyo a la reinserción en el país.

Donald Trump postula que Estados Unidos es primero que nadie. Ello hace temer entre sus aliados latinoamericanos un cierre del mercado estadounidense a las exportaciones de la región.

Ello se agrega en México, Perú, Chile y otros países como Argentina, las consecuencias comerciales del fin del Acuerdo de libre comercio transpacífico o de la renegociación del Acuerdo de libre comercio de América del Norte, que fijó un piso de negociación de acuerdos bilaterales de libre comercio entre Estados Unidos y varios países de la región, entre ellos Chile, Colombia, Panamá, Perú, Centro América y Republica Dominicana.   Lo cierto es que las políticas de Trump pueden también forzar a una mayor diversificación del comercio exterior de la región latinoamericana. Un proceso que ya estaba en curso con el MERCOSUR, la UNASUR, entre otros, pero que el empantanamiento de la economía mundial y la desestabilización y caída de algunos gobiernos progresistas ha hecho peligrar

Otros temen el retorno de una política agresiva de intervencionismo de Washington en la región, sobre todo en América Central y el Caribe, considerado como parte del entorno geopolítico natural de Estados Unidos.

Pero también se teme en América del Sur. Por ejemplo el que Trump apoye las posiciones del uribismo  en contra del acuerdo de paz con las FARC. Uribe en su salido a Trump denunció la tiranía en Venezuela como el mayor enemigo de la democracia coincidiendo con la posición antivenezolana de  Trump. Venezuela depende en parte de la compra de petróleo por Estados Unidos y el aumento del apoyo a la oposición derechista puede desestabilizar más aún el gobierno de Nicolás Maduro.  

Trump ya ha prometido mano dura contra el gobierno de Cuba. Los observadores temen que podría revertir las medidas ejecutivas adoptadas por Barack Obama respondiendo a los grupos de presión de Miami.

Es evidente para los observadores que  el Washington de Donald Trump fortalecerá las posiciones derechistas en América latina. Su apoyo y alianza con gobiernos como el de Macri en Argentina y el nuevo gobierno de Pedro Pablo Kuczynski en Perú o el gobierno de Temer en Brasil. Algunos temen el retorno de la política imperial del pasado dominada por los lobby republicanos aliados a las fuerzas más reaccionarias de la región latinoamericana.

Por otro lado, otros esperan que ese apoyo pueda verse limitado por las veleidades de Donald Trump, tanto en defensa de los intereses estratégicos de Estados Unidos como por su estilo que puede chocar con derechas más tradicionales como la de Pedro Pablo Kuckzinski en Perú o de Michelle Bachelet en Chile. Valga recordar que en algunos países ya se criticaban ya las inversiones del millonario Trump. En México se trató de probar un fraude en un proyecto de condominio en Tijuana. En Brasil se cuestionó su inversión en el Hotel Rio. ¿Cómo afectarán esos juicios las relaciones con la región?

Otros ruegan que Trump se ocupe más de política interior estadounidense que de política exterior. Que se olvide que existe América Latina. Pero, el estilo Trump requiere enemigos  reales o imaginarios en el exterior: Desde islámicos terroristas, hasta recurrir a viejas cantinelas adaptadas a los Tweeter y nuevos medios sociales de comunicación contra Cuba, o contra la revolución bolivariana en Venezuela.

Lo mejor que puede pedirse en este comienzo de año es que Trump no se interese en América latina.